17 may 2011

Holocausto: Ansiedad


19 de Diciembre de 2010, silencio y oscuridad mis fieles compañeros durante más de 3 días, mi encarcelamiento dentro de aquel vagón de metro por fin llegó a su fin. Llevaba horas sentado, contemplando cabizbajo mis pies, mirando mis manos ensangrentadas, aquellas con las cuales había asesinado a otros seres humanos.

Empecé a pensar que la situación en la que me encontraba era más justa que injusta, mi cabeza no paraba de darle vueltas a toda esa agonía generada por la ansiedad que estaba viviendo. Incluso llegué a soñar como saltaba a esa muchedumbre de podridos, dejando que me devoraran, siendo uno más de ellos.

Pero la Diosa fortuna hizo que un pequeño halo de luz me sacara de la locura. No puedo asegurar a que hora sucedió todo, ni siquiera saber si era mañana, tarde o noche. Tan solo sé que cientos de disparos al unísono, silbaban hasta impactar con los podridos, dejándolos descansar de una vez por todas. Por una vez, desde que esta locura comenzó me alegraba de ver al ejército en acción.

Aproveché el ruido, junté las pocas fuerzas que me quedaban, y salí corriendo por una de las puertas que conseguí abrir del olvidado metro. A lo lejos divisé un camión, en el que habían llegado las tropas, me infiltré en el hueco de la rueda de repuesto, dejando mi destino a la pericia del conductor.

Horas más tarde había llegado por fin a la ciudad… parecía un mundo totalmente diferente, una era post apocalíptica se había adueñado de los edificios, la soledad de las calles hacía estremecer mi corazón, aquellas calles transitadas por millares de personas ahora estaban completamente vacías. Miento, no estaban del todo vacías… un despliegue militar ocupaba las zonas más importantes, y por supuesto donde se hospedaban los ricachones y políticos estaba híper protegido.


Camine lenta y pesadamente por las calles, evitando a todo contacto con la milicia del lugar, cada paso que daba el corazón se alteraba, cada vez estaba más y más cerca de mi hogar. Quería sentir el calido abrazo de mis padres, mi descenso a la locura había sido vertiginoso. Había perdido mi conexión con J, había matado y matado, había sentido la sed de la sangre, había perdido toda esperanza de volverle a ver a mis seres queridos. Pero desde que había llegado a Nueva Esperanza, y pude observar el amor que aún había en el ser humano, quise volver a sentir la sensación de estar en mi casa, con mis padres, quejándome de los vecinos, creyendome el mejor de toda la finca…

Todo eso se esfumó de golpe y porrazo, después de un largo trayecto por fin llegue hasta mi casa, empujé la puerta de la finca que estaba totalmente destruida, subí las escaleras, y al mirar hacia la puerta de mi casa, la pude ver tumbada en el suelo, desde ahí, con la poca luz que daba el sol ese día, pude ver una casa totalmente desvalijada… Entre por la puerta esgrimiendo la pistola, mi cara de incredulidad cambió a rabia.

Di unos cuantos pasos por la casa, cada paso que me acercaba a la sala de estar me hacía respirar un olor nauseabundo, la podredumbre se había apoderado de la casa… Entre en la sala tapándome la boca y nariz para no respirar ese aire tan viciado. Y ahí encontré la peor estampa que jamás me imagine, pude ver dos cuerpos, un abrazando al otro. Uno de ellos atado al típico sillón de relax de piel negra, aún descomponiéndose delante de mía observe la escena más aterradora de mi vida: Padre abrazaba a Madre que se veía como había sido infectada, y a la altura de la cabeza de Madre un agujero de bala, el cuerpo de Padre llevaba más de un agujero del mismo tipo… Mi padre había fallecido protegiendo a mi infectada madre. Caí de rodillas al suelo, llorando desconsolado cual niño pequeño… en ese momento mi meta había cambiado.

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