21 ene 2012

Holocausto: Cruzando el rio

25 de abril de 2012, han pasado 10 días desde que escribí mis últimas líneas, 10 días en los que la aventura de nuestras vidas está dando vueltas de campana, giros en el guión inesperado. Escribir esto es un alivio, ya que por una vez la suerte se ha aliado de nuestro lado.

Esa noche en la que llegamos al puente, todo pintaba mal… bastante mal para que negarlo, lleno de podridos, un puente vigilado por la mitad del mismo puente con un par de soldados y una barricada que impedía el paso de cualquier persona, no muerto o vehículo. Parecía que se habían tomado enserio la última escapada de N y E.

Embadurnados hasta las pelotas, literalmente, de barro y vísceras J y yo nos acercamos al puente, pasamos desapercibidos entre esa masa de zombies, he de reconocer que aunque ya lo habíamos otras veces, la sensación de agonía, de pensar que de un momento a otro el camuflaje puede fallar y ser devorados por ciertos de podridos, nos sobrecogía el corazón.

Llegamos cerca del puente, ahí fue cuando pudimos observar las duras defensas, como cojones se suponía que íbamos a pasar. De repente notamos una sombra que nos acechaba, no sabíamos que era lo que teníamos a unos metros observándonos, como si fuéramos su presa…

J y yo nos miramos, nos giramos lentamente hasta ver un pequeño bulto detrás de una mata, J empezó a sacar el arma sigilosamente, me pidió que hiciera de sueñuelo… y ojala no le hubiera hecho caso, aún me duele la cabeza… Salí corriendo en dirección a la planta, cuando estuve a la altura del árbol que me separaba de mi presa, un ligero zumbido en el aire y segundos más tardes algo, que más tarde descubrí que era una pala, impactaba contra mi cabeza.
Lo siguiente que recuerdo es estar en una especie de lancha, sin motor, en medio del mar y ver a J remando junto a otra persona… Así fue como conocí a  Z. 

Z era una joven esbelta, con unas curvas que para nada hacían imaginar la mala leche y la fuerza que tenía. Vivía en los suburbios de la ciudad flotante, se ganaba la vida haciendo pequeñas incursiones al otro lado del puente para conseguir objetos de lujo, de esta forma se ganaba el favor de los ricachones de la ciudad flotante. Y aunque vivía en la pobreza, gracias a ese “trabajo” podía alimentarse cada día con comida suculenta. Su último cargamento eran unos puros y unas botellas de whisky…

Gracias a ella conseguimos entrar en la ciudad y ver la vida que se estaba cociendo ahí dentro. Y visto lo visto no sé si fue mejor estar fuera y sobrevivir, a la supervivencia que había dentro de esa ciudad… 10 días aquí se me están haciendo eternos.




Una eternidad para demostrar
que tener es no tener
Desde donde estás tu puedes ver
que todo sigue, que todo sigue


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