17 ago 2011

Holocausto: Dosis de Fe


6 de abril de 2012, la tensión se podía cortar con un cuchillo para mantequilla, N hacía escasas horas que había despertado. J y yo apenas nos mirábamos. E no entendía que estaba pasando, ese cambio de humor de un día para otro. Había intentado hablar con J después de ese repentino empujón, sin embargo él me había evitado, no sé si por vergüenza de sus actos, o porque realmente estaba enfadado conmigo.

N se despertó hambriento, su herida iba curando bien, y por suerte E nos preparó un desayuno digno de campeones. Eso sí, lleno de azúcar por todos lados… algo que realmente escaseaba en nuestras vidas fuera de la ciudad flotante. Durante el desayuno N estuvo poco receptivo, esquivaba nuestras preguntas con signos de glotonería, por lo menos el hambre no lo había perdido.

Viendo la situación y las pocas ganas de todos de charlar, subí a la terraza a vigilar un poco y a pensar que le podía suceder a J. Me senté en la cómoda tumbona con los prismáticos, todo estaba en calma, no había ruidos, tan solo una leve brisa que me helaba las mejillas y las manos. Vi salir a J por la puerta del pequeño almacén, llevaba el hacha en la mano y esa especie de cesto donde traíamos la leña cortada.

El sol empezaba apretar, el frío se había calmado y se estaba bastante a gusto, me acurruqué en la tumbona, y me concentré en disfrutar de ese momento de paz. Una conversación que venía del interior de la casa me sacó de mi trance, no conseguía oír del todo de que estaban hablando así que me acerqué hasta la salida de la chimenea, el eco retumbaba por sus carbónicas paredes, y las palabras llegaban hasta mi situación.

Parecía que aquellos dos discutían sobre contarnos algo sumamente importante, algo que sin duda quería saber y no me estaba enterando de nada. Bajé a hurtadillas, sigiloso como una cobra en busca de su víctima, pero una racha de viento delató mi posición cerrando de un portazo la puerta que daba a la terraza. Ambos callaron al instante… pero estaba harto de tanto secretismo. No pensé en tonterías, bajé las escaleras, me planté delante de ellos y saqué la pistola apuntando directamente a la cabeza de N.




Una situación tensa, que yo mismo tampoco comprendería en otro momento, N no me veía capaz de dispararle. Aunque hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, sabía que tenía razón, sin embargo él no había vivido el holocausto de la misma manera que lo había hecho yo, y no conocía la sangre fría que me recorría el cuerpo. Jalé el gatillo, una sonrisa se dibujó en su cara. Segundos más tarde disparé a la mesa, a escasos milímetros de donde su mano reposaba tranquilamente, desde ahí podía notar el calor que emitía la bala.

Su expresión cambió repentinamente, E se puso delante de él gritándome, creía que estaba loco, que le disparara a ella. ¿Eso es amor…? Pensé yo. Sin duda mis ojos debían expresar una mezcla entre locura y violencia, ya que no tardaron en reaccionar y empezaron a contarnos que hacían ahí.

Una jodida cura, creían haber encontrado una maldita cura para los infectados que hubieran sido mordidos o contagiados de cualquier otra forma, sin embargo solo servía para aquellos que habían sido infectados con pocas horas de diferencias desde la exposición al virus. Les salvamos el culo, y tienen cojones a escondernos esto…  Según N lo habían hecho para protegernos, cuanto menos gente supiera esto mejor.

N y E habían escapado de la ciudad en ese tanque con los datos de la formula, el gobierno quería comercializar la cura para embolsarse una cantidad de dinero enorme, pero la medicina no era perfecta, y muchos de los especímenes de prueba se habían vuelto más violentos, incluso llegando a superar el hambre de los infectados, otros sin embargo habían sobrevivido y otros habían muerto directamente. Pero eso a los altos mandos de la ciudad flotante les importaba poco. Sin embargo yo me preguntaba qué pintaba E en todo esto…


I won't take no prisoners, won't spare no lives
Nobody's putting up a fight





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