17 abr 2011

Holocausto: Sin salida

30 de Noviembre de 2010, hace casi una semana que no escribo estas líneas que me separan de la locura… y no ha sido por falta de ganas, sino por falta de tiempo.  El grupo se ha reducido drásticamente, tan solo quedamos la chica de la panadería, el tozudo de E… y por suerte mi hermano J, y yo.

Después de varias incursiones al pueblo a recuperar más víveres y armas, aprendimos que el hambre puede conducir a un grupo de podridos a tornarse mucho más inteligentes de lo que aparentan. Sin darnos cuenta empezaron a agruparse en las puertas y ventanales del pequeño restaurante que usábamos como refugio. Cada día que pasaba estábamos más condenados a morir, reducidos reductos de zombies se agolpaban hora tras hora detrás de los muros que nos protegían.

Durante esta última semana una frase sonaba en la cabeza de todos, “estamos muertos…”, nos mirábamos a la cara y veíamos el rostro de decepción en algunos, otros el miedo, y en el  de J solo había resignación. Yo hacía tiempo que había sumido que no volvería a ver a mis seres queridos, que posiblemente no sobreviviríamos en estas precarias condiciones, pero no iba a morir sin luchar.

Mi tempo era limitado, cuestión de días, horas o tal vez minutos en que algún podrido consiguiera tirar una puerta abajo, romper un ventanal, un par de tablas mal puestas… no había luz, no había teléfono, no había forma de salir de ahí sin ser vistos. Pero mi mente no aceptaba ser uno más y dejarme llevar por el pesimismo. Me he dedicado el tiempo que he podido a preparar armas, palos con pinchos, orcas de doble cabezal… Por suerte J me ayudó en la ardua tarea.

Los demás simplemente no querían perder sus energías en algo que creían que no podía salir bien, sin duda no les faltaba razón. Ni yo mismo creía poder salir de ahí… Esa semana se me hizo mucho más larga que el otro tiempo, lo estaba casi pasando solo, sumido en mis pensamientos, buscando un plan que pudiera funcionar en mi cabeza. J hizo buenas migas con la panadera, así que les dejé acercarse. Es un holocausto… quien te va a juzgar por tirarte a una menor. No se lo he dicho, pero creo que me conoce bien para saber lo que pienso.

Y el día fatídico llegó, una noche de luna llena, los demás dormían mientras yo hacía guardia. Podía verles ahí, pegados al cristal, golpeando una y otra vez sin cansarse.  Me hacía gracia pensar cosas tan triviales como si los podridos tenían miopía, eran momentos en los que mi mente se evadía de la realidad y todo era mucho más gracioso. Cerca de las 3 de la madrugada, la luna estaba en pleno auge, los rayos atravesaban el cristal y se reflejaban en mi cara.

Un pequeño ruido casi imperceptible, un segundo en el que todo se paró, en cámara lenta… Ya no había vuelta atrás, los podridos habían encontrado el modo de entrar. Todos agolpados contra el cristal, una pequeña brecha quebró la luna y un grito ahogado alertó al grupo. Después de despertarles, me giré empuñando un bate de baseball tachonado. Dos segundos más tarde estaba en el suelo con dos zombies intentado morderme, y otros tantos entrando por la vía que habían abierto.

Hice un acopio de fuerza para quitármelos de encima, J golpeo a uno en la cabeza, yo terminé con el otro… pero cuando nos dimos cuenta más de 10 estaban dentro del local, se acercaban pesadamente pero sin parar. Por una vez, E, había encontrado algo útil, una pequeña salida a la parte superior del piso, una terraza descubierta. Sin pensarlo dos veces entramos por la escalera y cerramos la puerta de la azotea. La vista no era mucho más acogedora, cientos de ellos estaban paseando libremente por las calles, como se había multiplicado de esa forma, nadie lo sabía… pero lo cierto es que ahí estaban.

Minutos después de nuestro asombro, pudimos ver como la puerta de metal que nos separaba de una muerte segura, empezaba a aboyarse, la cerradura parecía que iba a ceder de un momento a otro. Y ahí apareció el señor P, un hombre mayor que iba cada mañana a desayunar a esa cafetería, que se había visto envuelto en esa tortuosa situación viendo como un podrido devoraba a su esposa… Se apeó delante de la puerta y nos hizo señales para que continuáramos nuestro camino. Un héroe, allí donde estés, mil gracias.

J divisó desde la lejanía un camino que parecía limpio de infectados, un pequeño salto entre terrazas colindantes, y estaríamos un paso más cerca de la libertad. Me quedé rezagado, el valor del señor P me había llegado al corazón y mientras todos iban saltando sin mirar atrás, yo le observaba y le daba las gracias con la mirada, segundos después la puerta se le echó encima, un tumulto de zombies entraron cebándose con él… Mi única reacción fue lanzar a modo de jabalina el palo de escoba que había preparado como lanza, atravesando el cuello del zombie que estaba mordiendo su tórax, una última cruzada de miradas, entre ese héroe y yo había bastado para darme fuerzas y continuar, mientras J me gritaba desde el otro lado alentándome a que saltara… Nos hemos salvado una vez más, pero me pregunto si la próxima vez será igual… 


Y un poco de sonido para ambientar que hoy me apetece: Bso Walking Dead

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